“Ningún hombre sabio ha querido nunca ser más joven” (Jonathan Swift)
La nostalgia, los recuerdos y las añoranzas son bonitas, románticas, dulzonas y hasta cierto punto provechosas si nos hacen evocar sentimientos y recuerdos agradables de tiempos felices ya idos.
Despues de profundas reflexiones he llegado a las siguientes conclusiones:
Son buenos si nos hacen sonreír y nos inspiran una sensación apacible, evocadora y positiva que nos haga meditar... ¡pero cuidado! No hay que aferrarse demasiado al pasado ni retroceder con una tenacidad exagerada, pues podría sucedernos lo que le pasó al buen amigo Chale.
Carlos Acosta—Chale para sus amigos—
es un hombre próspero en los negocios, traquilo, amable,
recién entrado en sus setenta años, con las dolencias
normales de su edad, pero en general sano, jovial y
con todos los elementos en la vida para ser feliz.
Sin embargo, él tenía la manía de estar añorando
siempre su pasado y retrocediendo constantemente a
“los buenos tiempos, a los años felices de la juventud.”
Muy seguido anhelaba tener veinte años de nuevo,
y lo deseaba con tal vehemencia que un día, mientras
acampaba con sus hijos y nietos en una playa (y donde se dio cuenta de las inevitables limitaciones propias de su edad)
se lo pidió con todas sus ganas a Dios.
El buen Señor lo escuchó pacientemente con una
serena sonrisa, y le dijo que sí tenía el poder de
concederle su deseo, pero que antes debería
saber todo lo que le ocurriría si se lo otorgaba.
-Fíjate muy bien.
Sobre aviso no hay engaño- le advirtió.
“¡Te lo ruego fervientemente, Señor!”
-Mira, aunque tendrás veinte años de edad, recuerda que
no tendrás lo que ahora posees. Te faltarán los
conocimientos que obtuviste en la universidad para
lograr tu título de ingeniero, porque aun no habrás terminado tu carrera.
Tendrás un cuerpo joven y saludable, es cierto, pero también un cerebro aun sin preparación ni conocimientos. No tendrás nada en común con tus amigos actuales por la diferencia de edades, y tendrás que hacer nuevos amigos.
¿Estas preparado?
Tendrás que adaptarte a las costumbres, las modas, el léxico y la ropa de los jóvenes. Tal vez arrastrarás los pantalones, te harás un tatuaje y te colocarás un arete.
Tendrás que adaptar tus oídos a la algarabía, al estrépito de las bocinas, a esos sonidos
estridentes propios de la juventud actual.
¿Crees que podrás?
¡Quizá hasta podrías quedar sordo! La casa que construíste con tanta ilusión y
esfuerzo tampoco la tendrás, así como tampoco tus automóviles, tu computadora, tu rancho,
tus negocios ni tus demás posesiones. Deberás ganarlas de nuevo
poco a poco, recuérdalo.
No tendrás a tu esposa ni a tus hijos, y por supuesto tampoco a tus nietos -fíjate bien- porque aun no te habrás casado.
Tampoco poseerás tus libros, tus fotografías, tus cuadros ni tus recuerdos, hoy tan amados.
Y tardarás años en volverlos a acumular. Tendrás la salud, el vigor, el entusiasmo
y la energía de la juventud, pero no la cultura, el criterio ni la experiencia con que la vida te ha nutrido a través de los años, y que a base de paciencia y esfuerzo ahora posees.
Será como una especie de amnesia, pero dolorosa y lacerante porque tú te darás cuenta
de ella y no podrás remediarla ni dar marcha atrás.
-Pero si yo ya soy profesionista y tengo un negocio de materiales de construcción que mucho trabajo y esfuerzo me ha costado, con el cual me ha ido bastante bien—arguyó Chale
-No lo tienes, porque al haber retrocedido cincuenta años no has formado todavía ese patrimonio. Para ello tendrás que empezar otra vez desde el principio.
Chale se entristeció.
No era posible perder esa magnífica oportunidad
estando ya ante Dios, e insistió: -Pero Señor, ¿no puedo conservar todo
lo que tengo y además tener la juventud? -No, Carlos, eso no es posible.
Debes escoger, no puedes tenerlo todo.
-¡Pero eso no es justo, Señor!
—¿Justo, dices?— respondió sonriendo el Señor.
-Tampoco es justo lo que me pides. Mira, tú ya tuviste tu oportunidad y la aprovechaste; ahora debes ceder esa misma oportunidad a los jóvenes, a tus nietos que apenas empiezan a planear su futuro.
Así empezaste tú también, ¿recuerdas? ¡Míralos!
Y mirándolo fijamente, el Señor agregó sentenciosamente:
“En verdad te digo que lo deseable es disfrutar lo mejor de cada época y gozar de cada edad a medida que vas recorriendo el camino de la vida, y cortar los frutos de cada estación sin volver la vista al pasado ni empeñarse en retroceder. El tiempo no da marcha atrás.”
“Corta solamente las frutas de TU estación” -Piensa que son más las cosas que
tienes que las que te hacen falta. Entonces... ¿qué más necesitas?
¿De qué te quejas?
-El pasado es el pasado y ya nunca regresará, convéncete. Por lo menos no como tú lo conociste.
Lo que tu quieres no es sólo ser más joven, sino que te regrese toda una época ya pasada.
-Mira: tenemos los ojos enfrente porque es más importante ver hacia adelante que hacia atrás.
-¡La vida es lo que viene, no lo que fue! -¡Anda, levanta la vista, admira el mundo
a tu alrededor y disfruta del presente antes de que pase y lo pierdas para siempre!
— No pierdas el tiempo añorando lo que ya pasó.
Considéralo como una página brillante y feliz que quedó archivada para siempre en tu vida.
Conserva con cariño esos recuerdos... pero no te aferres a ellos.
Recuerda que el mayor tesoro que posees es el tiempo actual, el de ahora mismo.
¡Disfrútalo!
Date cabal cuenta de ello y... Mira: en lugar de preguntarme “¿Merezco más de lo que tengo?” debes de preguntarte: “¿Tengo más de lo que merezco?” ¡Piénsalo bien!
Chale escuchó, comprendió y aceptó la explicación de Dios. Era imposible sustraerse a la verdad
de sus palabras. Se dió cuenta de la infinita sabiduría que encerraban, y respondió:
Se hizo un profundo silencio... El firmamento pareció apagarse
-Gracias, Señor, tienes razón. ¿Cómo no vas a tenerla? Ahora lo comprendo. Perdóname.
¡No a ese precio!
Ya no quiero ser joven...
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